Cosechan las primeras lechugas con agua de niebla y energía solar en Atacama
Tiempo de lectura: 4 minutos Más de 850 lechugas hidropónicas, un equivalente a cerca de 40 kilos, fueron cultivadas en pleno desierto, en la comuna de Chañaral, gracias a un proyecto interdisciplinario liderado por el Centro UC Desierto de Atacama y la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales UC.
A unos pocos kilómetros al norte de Chañaral se encuentra Falda Verde, en pleno desierto de Atacama, camino al Parque Nacional de Pan de Azúcar. No hay nada. Solo cerros, mar, una tierra pedregosa y una arena blanquizca que en realidad son relaves mineros. Así que parece casi irreal pensar que, precisamente en este lugar, se pueda cultivar algo.
Al tomar un camino que asciende unos metros por los cerros costeros, se encuentran unas instalaciones de la Agrupación de Atrapanieblas de Atacama. Primero aparece una pequeña vivienda y más allá, un galpón. La vista hacia el Océano Pacífico, la ciudad de Chañaral y el desierto, es hermosa. Al avanzar, aparece el milagro: ¡un vivero con más de 850 plantas de lechuga!
La historia comenzó en realidad hace más de veinte años, en el año 2000, cuando un grupo de pescadores comenzó a construir sus primeros atrapanieblas, literalmente en la punta del cerro de Falda Verde, a más de 700 m.s.n.m. En esa época se contactaron con Horacio Larraín, destacado antropólogo e investigador, y Pilar Cereceda, profesora del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, ambos pioneros en el estudio de la niebla, y trataron de darle una vuelta al destino.
Entonces iniciaron una serie de proyectos utilizando el agua de niebla, como el cultivo de aloe vera y hasta de truchas. En 2017 lograron que el Ministerio de Bienes Nacionales les entregara en concesión el terreno de 136 hectáreas donde se encuentran sus instalaciones. Sin embargo, por diversos factores las iniciativas no lograron prosperar como esperaban.
Esperanza verde
Cultivar lechugas hidropónicas en pleno desierto fue la idea que Francisco Albornoz, profesor de la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales UC e investigador del Centro UC Desierto de Atacama, le presentó a la agrupación en Falda Verde, como parte de un proyecto Fondecyt Exploración que lidera.
El académico, nacido en Antofagasta, creció comiendo verduras que llegaban desde la zona central o bien desde Arica, por lo que debido a las condiciones y el tiempo de traslado, su calidad decrecía y su costo aumentaba, realidad que aún vive buena parte de la población en esta parte de Chile. “La importancia de este proyecto es que confirma la posibilidad de hacer producción local de hortalizas, para satisfacer la demanda y no depender de la importación desde otras regiones del país o desde otros países”, afirma el profesor Albornoz.
“El factor limitante en el desierto obviamente es el agua. Entonces, con esta iniciativa validamos que con agua de niebla se puede hacer un cultivo de forma sustentable y masiva; o sea, que no quede en un experimento localizado, sino que a medida que va aumentando la superficie de atrapanieblas, podemos ir aumentando también la productividad y la producción”, agrega.
Y, lo más importante para el investigador, en conjunto con la comunidad. En ese sentido, Falda Verde resultaba prometedor, ya que la agrupación tiene toda la motivación de hacerse parte y además, ya contaban con cierta infraestructura.
¿Cómo funciona la tecnología?
Los atrapanieblas, que actualmente llegan a doce, captan cada uno, cerca de 100 litros de agua al día, los que son transportados por unos colectores cerro abajo, hasta el vivero. Si bien la construcción ya existía, los fondos del proyecto permitieron habilitar diez mesas de cultivo, que funcionan como piscinas, en las que se instalaron planchas de plumavit donde se insertaron almácigos de lechuga, los que consumen el agua de niebla. A esta se le añade fertilizantes y minerales. El proyecto también permitió instalar unas bombas, alimentadas con energía solar producida por paneles fotovoltaicos, que entregan oxígeno a las piscinas, aireando la zona de las raíces.
Como resalta Francisco Albornoz, esta “es una producción local hecha por gente de la localidad, para satisfacer su demanda, o sea, ellos deciden qué cultivar. Nosotros les estamos mostrando los recursos disponibles”.
“Han demostrado unas ganas de salir adelante que se refleja en el resultado que hemos visto, porque además esto ha sido igual desafiante. No se trata de agricultores, es gente que viene de otros rubros, principalmente son pescadores, y si bien ellos han tenido un acercamiento a la agricultura, existía un desconocimiento sobre por qué se hacían ciertas cosas o por qué no hicimos otro tipo de sistema”, cuenta la agrónoma Inés Vilches, parte del equipo del proyecto.
Respecto al uso de energía solar, el profesor de la Escuela de Ingeniería, Rodrigo Escobar, explica que lo que hacen «es capturarla a través de un sistema fotovoltaico. Durante el día, esta se almacena en baterías y luego estas permiten que tengamos los sistemas de control automático de las bombas de aire para mantener las condiciones de oxigenación adecuadas en el agua. Y también podemos entregar iluminación y la energía necesaria para el funcionamiento de los sensores y de los sistemas de adquisición de datos. Entonces, la energía solar junto con la captura de agua de niebla habilitan el cultivo en zonas de desierto y de esa forma podemos, junto con los invernaderos, mantener las condiciones climáticas controladas y asegurar la oxigenación y la captura y almacenamiento de datos para posterior análisis y observación».
Primera cosecha
El resultado de todo este proceso, tras 21 días desde que se insertaron los almácigos, fue una producción de cerca de 40 kilos de lechugas, totalmente frescas, que serán repartidas gratuitamente en la comunidad de Chañaral.
Luego de esta cosecha, se iniciará un nuevo ciclo de cultivo, con almácigos de lechugas que se han producido en el mismo vivero. Pero también se producirá un nuevo producto: frutillas hidropónicas.