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Angie Díaz, pionera científica en las gélidas aguas antárticas

Angie Díaz, pionera científica en las gélidas aguas antárticas

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Tiempo de lectura: 6 minutos El año 2006, la investigadora principal del Instituto Milenio BASE marcó un hito en la historia de la ciencia antártica y la presencia femenina en el continente blanco. A 17 años de convertirse en la primera chilena en bucear las gélidas aguas, repasa los sueños que la llevaron a estudiar Biología Marina y los proyectos científicos que está liderando.

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«Me acuerdo de estar impresionada, como cuando una le saca una foto a todo. Esa sensación de vivir una experiencia única«, dice Angie Díaz  al recordar la primera vez que viajó a la Antártica en 2006. En ese entonces, la bióloga marina acababa de egresar de su carrera en la Universidad Católica de la Santísima Concepción y se preparaba para comenzar un magíster en Ecología y Biología Evolutiva.

Los académicos Álvaro Palma y Elie Poulin sabían de los conocimientos de Díaz sobre el buceo, así que la invitaron a formar parte de un proyecto que buscaba estudiar los erizos y estrellas de mar que habitaban en el fondo del gélido océano del continente blanco. A Díaz, investigadora principal del Instituto Milenio Biodiversidad de Ecosistemas Antárticos y Subantárticos (BASE) le habían hablado del desafío que implicaba esa primera travesía, lo que no sabía era que se convertiría en la primera mujer chilena en bucear en la Antártica.

La hoy académica de la Universidad de Concepción marcó un hito en la historia de la ciencia y la presencia femenina en el continente blanco. Sin embargo, advierte que todo ocurrió como una anécdota. Durante esa primera expedición, al profesor Elie Poulin le causó curiosidad saber cuántas mujeres habían buceado en la Antártica, y es que los hombres quedaban asombrados al ver a Díaz sumergida en el agua. Especialmente, porque era la única mujer a bordo.

«Llamaron a Santiago y Punta Arenas para ver los registros. Como dos días después llegó la respuesta de que era la primera mujer chilena que había buceado en la Antártica. Nadie tenía idea. Era 2006, pero llamaba la atención: ¿Por qué no antes?«, se pregunta.

Hoy, a 17 años desde esa experiencia, la científica repasa los sueños que la llevaron a entrar a estudiar Biología Marina, los cambios que ha visto en materia de género en la Antártica y los proyectos científicos que está liderando.

Angie Díaz buceando en la Antártica

Sumergirse en la vocación

Cuando terminó el colegio, Díaz realizó un viaje de casi 500 kilómetros hasta la región del Bío Bío para entrar a estudiar a la Universidad de la Santísima Concepción. Pero tuvo que enfrentar barreras: «Mi familia es de escasos recursos, y no era la carrera que querían que estudiara. Querían una más conocida, con mejores ingresos. Entonces tuve que pelear por lo que quería«.

La académica confiesa que, durante su primer año de carrera, estuvo a punto de renunciar. «No me gustó», dice entre risas. «Lo que pasa es que los cursos eran muy generales: Matemática, Química y Física. No tenía ninguno que me aterrizara», explica. La bióloga marina estaba impaciente por tener ramos prácticos, como Evolución y Ecología, para adentrarse en el conocimiento de la fauna oceánica. «Yo alegaba a los profesores. Quería que me hablaran de animales, que fuéramos a terreno. En el fondo, sentir que de verdad estaba estudiando Biología Marina«.

– ¿Cómo inicia el interés por estudiar esta carrera?

Yo creo que siempre estuvo en mi norte. Desde siempre me gustaron los animales. Además, yo vivía en Santiago, entonces no había mucho entorno natural, pero documentales como «El mundo submarino de Jacques Cousteau» me sacaban del entorno de la ciudad. Me abrieron una curiosidad por el fondo marino. Siempre me acuerdo que, en octavo básico, nos hicieron una encuesta de aptitudes profesionales. La completé y me salió Biología Marina en primer lugar, entonces ya estaba clara con que quería estudiar eso.

– ¿Cómo se veía una vez que se titulara?

Me veía buceando. De hecho, una de las primeras cosas que me interesó cuando busqué universidades era que tuvieran cursos de buceo científico. Era algo que quería hacer sí o sí: ver el fondo marino. No me veía trabajando como bióloga marina a secas, sino que siempre me vi haciendo carrera académica: seguir estudiando. De hecho, el magíster y doctorado que hice en Ecología y Biología Evolutiva me llamó la atención como en el tercer año de carrera. Me enteré que estaba en Santiago, en la Universidad de Chile. Dije: ¡Guau! Me siento en la necesidad de entender la vida, cómo evoluciona, cómo cambia.

– ¿Cuándo comenzó la experiencia de bucear?

El año 2003. El profesor encargado del curso, Álvaro Palma, tenía un proyecto Fondecyt sobre estadios tempranos de una especie de jaiba. Después, yo me quedé trabajando con él porque había que hacer mucho buceo y a mí me había encantado. Ése era mi norte: donde pueda bucear, voy a trabajar. Me acuerdo que buceábamos todas las semanas en Lenga, Ramuntcho y Tumbes. Al menos tres días a la semana teníamos que ir a sacar colectores, tomar muestras. Estaba feliz.

Angie Díaz en la Antártica

Ir contra la corriente

De acuerdo a cifras del Instituto Antártico Chileno (INACH), entre el 45 y el 49 % de los proyectos del Programa Nacional de Ciencia Antártica de los últimos años son liderados por mujeres donde, además, se observa que existen más mujeres en las etapas tempranas de sus carreras, es decir, estudiantes de posgrado, posdoctorado o en proyectos de iniciación.

Díaz señala que ha visto una evolución respecto a la presencia femenina en el territorio antártico. Hace 17 años, tuvo que ir contra la corriente: ser la única investigadora a bordo de un entorno totalmente masculinizado. Aunque sostiene que organismos como INACH han cumplido un rol fundamental para reducir la brecha de género en la ciencia, advierte que aún hace falta trabajo para que alcanzar dicho objetivo.

– ¿Cómo llegó a bucear a la Antártica?

Mi profesor guía se adjudicó un concurso del INACH para financiar investigaciones relacionadas con la Antártica. Se adjudicaron un proyecto sobre diversidad de equinodermos, del grupo de los erizos y estrellas de mar. Había que ir a bucear. Me sumé al segundo y tercer año de terreno, por eso llegue a la Antártica en 2006. Esa fue mi primera expedición y hoy llevo once.

– ¿Cómo ha cambiado la presencia de mujeres científicas en el continente blanco desde su primera expedición?

En la primera expedición yo era la primera mujer en el buque. Eso me generaba una sensación de incomodidad, porque mis profesores eran como mis guardaespaldas. Me cuidaban mucho porque era un ambiente muy masculino. Hoy en día, probablemente es un 55% mujeres y el resto hombres, entonces ha habido un cambio gigante.

– ¿Sintió alguna vez discriminación en las expediciones por el hecho de ser mujer?

Discriminación explícita no, pero sí me acuerdo de las primeras sensaciones que eran incómodas. Que no pudieran creer que iba a bucear, por ejemplo. Se preguntaban: Oye y ella, tan chiquitita, tan frágil. Ese fue el primer choque con una especie de mentalidad. Además, hay mucha presencia de ramas de las FF.AA. Sabemos que en su dotación son casi puros hombres, entonces creo que ahí fue mi choque más latente. Hoy en día ese ambiente sigue siendo muy masculino, y una tiene que entrar a explicar que, si es mamá, no dejó abandonado a su hijo. Que son cosas que una no tendría por qué entrar a explicar  hoy en día.

¿Es difícil dedicarse a la ciencia siendo mujer?

Sí, lamentablemente. Pero la luz en el horizonte es que esto va a cambiar en la medida que más mujeres entren en el camino científico y muestren lo diverso que es hacer ciencia. Es complejo, pero tenemos fe. Estamos trabajando e incentivando a que más chicas se interesen.

Trabajar contra reloj

Cuando Díaz sale a bucear, les habla a los animales. El verano pasado, en su más reciente expedición, se sumergió en el océano antártico para estudiar una categoría de pepino de mar que es difícil de identificar bajo el agua. La investigadora dice que es necesario «adaptar la vista» para reconocerlos, pero «cuando logras ver a uno, los ves a todos». Sumado a esta dificultad, está el hecho de que suelen habitar a más de 30 metros de profundidad. Sin embargo, en uno de los primeros buceos, Díaz los encontró a apenas cinco metros. «Tengo esa sensación muy viva de cuando vi al primer pepino y le dije: aquí estás«.

Actualmente, trabaja como investigadora principal del Instituto Milenio BASE, donde lidera un proyecto para conocer cuántas especies antárticas hay y cómo han evolucionado, para luego proyectar cuál sería la respuesta de las especies ante el cambio climático. Aunque aún no llegan a esta última fase, la bióloga marina advierte que están trabajando a contrarreloj, porque la biodiversidad está mutando a paso rápido y hay riesgo de que algunas especies puedan extinguirse.

¿Lograrán adaptarse al cambio climático?

Todavía no llegamos a eso, pero hay publicaciones de otros investigadores que dicen que esto va a depender de las especies. Hay algunas que se van a adaptar y otras no, por lo que se van a extinguir. La respuesta depende de cada grupo de la especie. Creo que lo más apremiante en términos científicos es tratar de no perder especies que todavía no conocemos. De hecho, los pocos trabajos publicados sobre este tema señalan que conocemos muy poco.

– ¿Cuánto de la biodiversidad es lo que se conoce?

El último trabajo que conozco es de 2002. En ese entonces estimaban que entre tierra y mar conocemos al rededor del 15% de la biodiversidad del planeta. Entonces, en este escenario de cambio climático, cuantificar lo que probablemente vamos a perder y no conocerlo es triste. Además que todas las especies cumplen un rol en el sistema vivo. Primero las identificamos, luego la ciencia avanza en entender los roles ecológicos de las especies para, finalmente, conocer el riesgo que implica perder una de ellas. Eso todavía está en avance.


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